Doña Pepita va todos
los domingos a Misa. Ella tiene buenos chavos y cada vez que puede lleva a la
Iglesia alguna ofrenda. Ella fue la que donó la pila bautismal, la imagen de
San Judas Tadeo y el Sagrario dorado y plateado que tenemos en el Templo. Doña
Pepita es buena mujer –dice el sacerdote-, porque colabora mucho con la
parroquia. Todo el mundo admira a Doña Pepita porque se preocupa de “las cosas
de la Iglesia” y ofrece lo mejor para el Señor.
Doña María es una
mujer muy humilde, que tiene pocos recursos para vivir. Cuando va al templo lo
que hace es sentarse en el banco. Su oración de cada día es muy sencilla:
“Señor, ya tú sabes”. Nunca ha podido hacer ninguna donación a la Iglesia. Ah
bueno, sí, ella se dona a sí misma y visita enfermos de la comunidad llevándoles
una palabra de ánimo y leyendo con ellos la palabra de Dios. Toda la gente
quiere mucho a Doña María, porque ven
que ella es buena y se vuelca por los demás.
¿Cuál
de las dos actúa correctamente? –Desde luego que las dos hacen aquello que
está en su mano y colaboran con aquello que pueden. Pero si leemos bien el
Evangelio de este domingo, lo que nos salvará no serán las piedras o las
ofrendas. No nos van a salvar los objetos, las cosas externas. Lo que realmente
nos dará felicidad plena serán las cosas que salen del interior.
Dicho
de otra manera: nuestra parroquia puede estar muy bonita externamente, tener un
jardín precioso, una oficina decoradísima o poner en el templo los manteles más
lindos, pero eso no será lo que dé auténtica belleza a nuestra parroquia.
Una
parroquia para estar bella tiene que tener bellas personas. Una parroquia para
estar limpia tiene que tener personas limpias por dentro. Una parroquia para
verse reluciente tiene que sacar brillo a los corazones. Una parroquia para que
desprenda buen olor debe preocuparse por que las personas se llenen de buenas
obras.
¿Quieren
una parroquia bien linda? –Pues ya saben…
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