“Codero de Dios, que limpia
el pecado del mundo”, eso es lo que escuchamos en el Evangelio de este domingo.
Vemos que nuestras calles muchas veces están sucias, que todo el mundo tira las
cosas al piso, que cantidad de perros callejeros andan removiendo y revolviendo
la basura… ¡Qué bien nos vendría una buena limpieza! Pero la limpieza no sería
solo de la basura física, también nos vendría muy bien una limpieza de la
basura personal. Una limpieza de muchas personas que lo único que hacen es
contaminar, ensuciar, manchar y dañar lo que otros hacen.
Por ejemplo, vendría muy
bien una limpieza de políticos corruptos, interesados y egoístas; también
podríamos conseguir una limpieza de periodistas mentirosos, manipuladores y
malintencionados que cuentan las noticias según su interés. Sería fantástica
una limpieza de sacerdotes, religiosos o religiosas que no cumplen con sus
obligaciones o que su conducta moral no va en sintonía con lo que predican.
Quizá la limpieza pueda extenderse a esos papás o mamás que de forma
irresponsable abandonan a sus hijos. La limpieza podría alcanzar a aquellos
esposos que maltratan a sus esposas verbal o físicamente, que las engañan y
tienen líos amorosos con otras.
Hay tanto que limpiar… que la lista
podría ser infinita. Tenemos la suerte de tener un Dios bueno, misericordioso y
compasivo, que se apiada de nosotros y nos da una nueva oportunidad, pero
cuidado… no vaya a ser que las oportunidades se nos vayan agotando y nos afecte
también esta “limpieza general”.
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