En nuestro barrio, como en tantos otros lugares de la ciudad y del país, sufrimos las consecuencias de los apagones, donde la luz puede estar varias horas sin venir a la casa, lo que supone que no podemos utilizar ni la lavadora, ni el microondas, ni el frigorífico, ni tantas otras cosas que tenemos en nuestro hogar.
Es incómodo vivir con apagones diarios, es como si nos faltara algo, como si no tuviéramos libertad y no pudiéramos hacer aquello que queremos.
Pues con la fe ocurre algo parecido. A veces tenemos luz y estamos felices, nos sentimos libres, protegidos por Dios y seguros de lo que hacemos, porque tenemos fe, porque estamos al lado de Dios. Pero en otras ocasiones los apagones vienen a nuestra vida y no podemos hacer casi nada, nos sentimos desprotegidos y alejados de Dios.
Para que haya luz necesitamos energía que haga que se genere luz. En las cuestiones de fe ocurre también eso. Necesitamos llenarnos de energía, a través de la Palabra de Dios, a través de los hermanos y hermanas que viven a nuestro lado, a través de un Retiro, de una charla… y eso ayuda a que nosotros mismos encontremos la luz.
Si tan necesaria es la luz en la vida, y todos tenemos derecho a tener un servicio eléctrico de calidad, ¿por qué tenemos que sufrir los apagones?
Si tan necesaria es la luz en la vida del cristiano, ¿por qué todavía andamos a veces en las tinieblas y nos dejamos arrastrar por la oscuridad?
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