Recuerdo un domingo en el mes de mayo, cuando yo tenía 9 años que fui con un amigo a Misa. Aquel día había Primeras Comuniones en mi pueblo. Cuando llegamos al Templo ya no había sitio para sentarse, estaba todo ocupado, y a mi amigo y a mí nos tocó quedarnos de pie. Yo que todavía no entendía muy bien muchas cosas de la Eucaristía, cuando vi que la gente se sentó en un determinado momento, pregunté a mi amigo: "Oye, ¿por qué se sienta la gente?". Y él me respondió, con cara de pena: "es que ahora le toca el sermón al cura" "¿Y qué es eso del sermón?" -le dije yo-; "un rollo" -me respondió él-. Aquello de referirse al sermón del cura como un "rollo" se me quedó grabado.
Ahora que soy sacerdote me acuerdo mucho de aquel comentario de mi amigo, e incluso a veces, cuando predico a la gente en Misa, y veo los rostros de los presentes me pregunto: "¿también a todos estos les parecerá un rollo la homilía que les estoy dando, como le ocurría a mi amigo?"
En torno a esto quiero compartir con vosotros algunas ideas. Creo que muchas veces los sacerdotes abusamos de la gente, sí, sí, abusamos de que los tenemos allí, que no pueden escapar, que no pueden huir. Es como si los pusiéramos en el paredón, y ¡venga, a disparar!... a disparar palabras y, a veces, por desgracia, a disparar disparates. Palabras que no tienen nada que ver con la Palabra de Dios que ha sido proclamada. La gente va a la celebración a escuchar la Palabra de Dios, a compartir el pan, y no a padecer, a sufrir y aguantar cosas sin sentido. No digo que esto lo hagamos todos los sacerdotes, evidentemente, pero "haberlos, haylos".
También en muchas ocasiones aprovechamos la homilía para echar boches (regañar) a la gente, para cargar de culpas a los presentes, en lugar de liberarles y ayudarles a vivir su vida cristiana.
En algunos casos los fieles saben cuando empieza la homilía, pero nadie sabe cuando termina, ni siquiera el propio sacerdote, que se lía, enlaza un tema con otro, va y viene, sube y baja, pero no aterriza ni dice nada concreto. La celebración tiene un ritmo equilibrado, un tiempo para cada cosa, y lo que no podemos hacer es que dediquemos más tiempo a la homilía que al resto de la celebración. En una ocasión escuché decir que en la homilía donde se rebasan los 8-10 minutos, ya no habla el Espíritu Santo sino el Demonio. No sé si será para tanto. Celebraciones donde el predicador está más de media hora exhortando a la gente resultan un "rollo", como llegó a decir mi amigo.
Además, y no quiero alargarme en la reflexión, el lenguaje que muchas veces utilizamos está alejado de la realidad, hay palabras que no las entiende nadie y no tienen que ver con la vida cotidiana del pueblo. La mayoría de la gente que viene a nuestras celebraciones es gente sencilla, sin demasiada preparación universitaria o ninguna, pues hagámosle fácil entender la Palabra de Dios, porque si no en lugar de explicar lo que quiere decir Dios, lo que conseguimos es confundir a la gente.
Espero, cuando me ponga a predicar, no despertar demasiados bostezos en la gente. Habrá muchas veces que no lo consiga, pero lo intentaremos, para que en ningún momento tenga que escuchar a ningún niño de 9 años como amigo, diciendo "el sermón del cura es un rollo".
¡Genial!
ResponderEliminarSiempre he pensado que la homilía no es lugar adecuado para que el sacerdote muestre lo "culto" que es, mostrando el conocimiento de vocablos que todo el mundo desconoce, hablando de cosas que nadie entiende, y que muchas veces no vienen a cuento... y desde luego, tampoco es lugar para hablar de política, algo, por desgracia, muy habitual en España... Sin embargo, hay Sacerdotes, Cultos y Políticos...
Un abrazo,
Jose.