El encuentro entre María e Isabel fue
un encuentro especial. Ambas que eran primas muestran con gran entusiasmo la
alegría que sienten al encontrarse.
Pero lo que me llama la atención es
que Isabel, al ver a María, comienza a gritar: “¡Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre!”
Hubiese sido interesante ver a
aquellas dos mujeres llenas de gozo, exultantes de alegría, diciéndose cosas
lindas y bonitas a voz en grito. Las dos estaban llenas del Espíritu Santo y
eso les llevaba a comportarse con ese entusiasmo.
¡Cuántas cosas nos llenan a nosotros
de alegría a diario! Pero no siempre lo manifestamos, tenemos miedo a decirlo,
o si lo decimos lo hacemos en voz baja, para que nadie se entere.
Hoy Isabel y María nos enseñan a estar
alegres y contentos y eso manifestárselo a los demás.
La vergüenza apaga muchas veces
nuestros sentimientos y nos hace ocultar lo que queremos decir.
Ahora que llegamos a la Navidad
digamos a voz en grito que creemos en Dios, que Él es quien nos da la vida y
quien sacia nuestra sed.
Si gritamos, nuestra voz llegará a más
lugares y más personas conocerán a Dios.
Ya sabes, hermano, hermana, hay que
gritar…
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