Hoy tan solo quisiera decirles cómo recibí el Nacimiento de Jesús. Fue un sábado, lo recuerdo perfectamente cuando estaba en mi casa tranquila rezando. Y en ese momento de encuentro con Dios, entró en mi casa Gabriel, el arcángel. Me dio un susto de muerte, porque ¿quién se espera que así de repente entre un arcángel en su cuarto?
Pues sí, allí estaba Gabriel. Empezó a hablarme, a decirme que traía un mensaje de Dios, que yo iba a concebir un hijo por obra del Espíritu Santo... "Ja-ja-ja, eso no te lo crees ni tú" -le dije a Gabriel. Me froté los ojos varias veces, porque me parecía que estaba soñando. También me acerqué al arcángel para tocarlo a ver si era real o era una alucinación. Y sí, parecía real. Yo no sabía qué decir, era demasiado joven para tomar una decisión tan importante. Además mis padres, Joaquín y Ana, siempre me dijeron que no me precipitara, que me tomara tiempo para decidir las cosas importantes de mi vida. Pero ahí estaba Gabriel, en nombre de Dios, metiéndome presión y esperando una respuesta mía. Mi primera reacción fue empezar a poner obstáculos, decirle que no conocía varón, etc... pero él siempre me respondía con alguna prueba. Pensaba también en la reacción de José al enterarse que iba a tener un hijo por obra del Espíritu Santo. Él no se lo iba a creer y, sabiendo lo desconfiado que era mi futuro esposo, pensaría que había estado por ahí con otro hombre.
Al final Gabriel me convenció y terminé diciendo que sí, que aceptaba, que me fiaba de Dios. Con José las cosas no fueron fáciles. Al principió no quiso saber nada de mí, luego me rechazó en secreto y, finalmente, aceptó acompañarme en la tarea de ser el padre de Jesús. La verdad es que fue un buen padre, y me ayudó mucho a educar a Jesús.
El embarazo fue complicadito, porque mucha gente de Nazaret me miraba mal porque no entendían que antes de estar casada con José tuviera un hijo. En algunas tiendas me dejaron de vender, algunas mujeres me retiraron la palabra, y todo porque decían que era impura y que estaba yendo en contra de la Ley de Dios. Si ellas supieran que el niño que estaba esperando era el mismo Hijo de Dios no hubiesen pensado así, pero ya sabemos cómo es de chismosa y criticona la gente...
El parto no fue mucho más fácil; tuve que dar a luz a Jesús en un establo, porque no nos dieron posada. Pero la cosa se puso más difícil cuando un día José se despierta nervioso y me dice: "María, he tenido un sueño; debemos irnos a Egipto porque quieren matar a Jesús".
"Anda ya, José, no digas tonterías, ¿cómo van a querer matar a Jesús que es solo un niño?" -le dije a José. "Que sí, María, que Herodes se piensa que este niño le va a quitar el poder" -me contestó él.
Y tuvimos que irnos montados en un borriquito, huyendo del rey.
Al cabo de unos años pudimos volver a nuestra tierra y vivir tranquilos en Nazaret.
Mangantes, les contaré un secreto: no sé qué tenía aquel niño que a mí me llenaba de alegría y gozo. Era muy inteligente y lindo (eso dicen todas la madres de sus hijos, claro), pero desprendía una luz especial que hacía que los que se acercaban a él se sintieran felices. Bueno, reconozco que sí sé lo que tenía: era el Hijo de Dios y eso le hacía ser tan especial.
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