Hace unos días, mientras yo repartía la Comunión en la Eucaristía, a una persona comenzó a sonarle el celular (ring, ring, ring...) y vi cómo tomaba la llamada, se salía de la fila que le llevaba a recibir a Cristo y se iba fuera de la Iglesia.
Ante la actuación de aquel señor me quedé un tanto contrariado y sorprendido. Yo no sé qué tan urgente era aquella llamada, yo no sé de la importancia y transcendencia de aquella conversación por el celular... pero algo de vida o muerte debía ser para dejar "plantado" a Jesús en la Eucaristía.
Esto, que no deja de ser una anécdota, refleja un poco nuestra propia vida: atados, enganchados y conectados a todos y con todo, dejamos a un lado a Cristo, nos olvidamos de vivir la fe y encontrarnos cara a cara con Él.
¿Qué está antes la obligación o la devoción? ¿nuestros quehaceres y preocupaciones de cada día o nuestra fe? Pienso que no es cuestión de anteponer una cosa a la otra, ambas son importantes, pero en caso de que tengamos que elegir recordemos lo que dijo Jesús a Marta: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.» (Lc 10, 38-42).
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