Imagino que
todos en algún momento de su vida han leído esa fábula de Esopo donde se nos
narra que una liebre retó a una tortuga en una carrera a ver quién llegaba
antes a la meta. La liebre, que se consideraba muy rápida y veloz, se confió
durante el trayecto, paró en varias ocasiones y cuando quiso darse cuenta la
tortuga estaba entrando victoriosa por la línea de meta. El cuento nos enseña
que no siempre la más veloz es la que gana y que los que parecen que van de
último terminan ganando la carrera.
Al leer el
evangelio de este domingo, donde Jesús dice que quien quiera ser primero que sea el último y el servidor de todos
parece como que el Mesías está narrando esa misma historia de la liebre y la
tortuga, donde los que que parecen que van a perder ganan, y los que parecen
que van a ganar luego pierden.Y analizando nuestro mundo, uno puede descubrir muchas liebres y alguna que otra tortuga. Hay muchas liebres: personas que van deprisa, que pretenden comerse el mundo, que por donde pasan arrasan, que se creen muy listos, muy inteligentes y poderosos, dueños de lo propio y lo ajeno. Pero quizá cuando pasen por la línea de meta del Reino de Dios, se darán cuenta que con su actitud y forma de vivir no han conseguido vencer en la carrera de la vida.
Hay otras personas, por el contrario, que son tortugas: no sobresalen en nada, no destacan, la sociedad no los valora, tienen lo justo para ir viviendo cada día, no son tan inteligentes, poderosos y ricos; y sin embargo, cuando lleguen al final de la carrera de la vida y pasen por la línea de meta del Reino de Dios serán los campeones, los auténticos vencedores.
Hermano, hermana, piensa bien cómo quieres “competir” en esta vida: como tortuga o como liebre.
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