Para los que
somos españoles y pronunciamos la z con sonido “z” y no con sonido “s” a veces
se nos hace difícil adaptar el oído al sonido de la z como si fuera “s”. Pero
en otras ocasiones la confusión entre la “z” y la “s” puede ser útil. Es el
caso del evangelio de este domingo en donde aparece Zaqueo (o Saqueo, según
pronunciemos la “z”).
Y es que
realmente el nombre de Zaqueo va muy unido al saqueo. Sí, hermanos y hermanas.
Zaqueo era un recaudador de impuestos (un publicano) que en la época de Jesús
tenían fama de quedarse el dinero ajeno y robar a otros a través de los cobros
que realizaban.
Quizá haya
coincidencia entre los cobradores de impuestos de aquella época y la nuestra,
no lo sé.
No sé si
Zaqueo saqueaba o no, el caso es que tenía fama de eso. Se suele decir “toma
fama y échate a dormir”. Pues a Zaqueo le pasó algo de eso, pero quería cambiar
de vida y convertirse. Él que era bajito de estatura busca una estrategia
fantástica y muy original: se sube a un árbol para ver pasar a Jesús y llamar
su atención. Pero quien sorprende, una vez más, es Jesús. En lugar de que
Zaqueo vea a Jesús, es Jesús quien ve a Zaqueo, en lugar de subir, le dice que
baje del árbol, y lo más sorprendente: Jesús le dice que quiere entrar en su
casa. Menudo escándalo para los judíos. Jesús, el Mesías, un profeta en casa de
un pecador. Pero qué tipo de profeta era ese que se mezclaba con ladrones,
tigueres, sinvergüenzas, bandidos y traidores.
Pues ese
profeta es Jesús que nos recuerda que Dios está cerca de los más perdidos, de
los olvidados y pecadores.
Jesús no va a
casa de Zaqueo porque sea un pecador, sino porque, aún siéndolo, él se
arrepiente y quiere vivir más cerca de Dios.
Ojalá y todos los ladrones de nuestro país (los
ladrones que llevan traje y los ladrones de barrio) se convirtieran y quisieran
que Jesús entrara en su casa. Viviríamos todos más felices.
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