Cuando uno lee la Parábola del Hijo
Pródigo se puede sentir identificado con todos los personajes: con el Padre,
con el hijo menor, con el hijo mayor, con los criados… porque dependiendo del
momento en que nos encontremos tenemos unos sentimientos u otros, tenemos un
comportamiento u otro.
Somos Padre cada vez que alguien nos pide o exige algo a nosotros, cada
vez que sentimos que alguien querido se aleja, se aparta de nosotros y se
distancia. Pero también somos Padre cada vez que alguien nos busca para
pedirnos perdón, para reconciliarnos. Somos Padre cada vez que salimos al
encuentro de algún hermano o amigo que andaba perdido. ¡Qué bueno es ser Padre!
Somos Hijo Menor cada vez que nos alejamos de los otros, cada vez que
ofendemos a los hermanos, cada vez que nos apartamos de Dios y nos volvemos
rebeldes y egoístas. Pero somos Hijo Menor cada vez que descubrimos nuestros
errores y buscamos enmendarlos, cada vez que nos guardamos nuestro orgullo y
pedimos perdón. ¡Qué bueno es ser Hijo Menor!
Somos Hijo Mayor cada vez que reaccionamos con envidia, con rencor, con
ira, con celos. Pero también somos Hijo Mayor cuando somos fieles al Padre,
cuando estamos cerca de Dios y no nos apartamos de su presencia. ¡Qué bueno es
ser Hijo Mayor!
Somos Criados cuando nuestra vida está al servicio de los más
necesitados, cuando nos alegramos de las alegrías de otros, cuando preparamos todo
para que la gente se sienta más cómoda y más feliz. ¡Qué bueno es ser Criados!
Ser Padre, Hijo Mayor, Hijo Menor o
Criado, en el fondo es lo mismo: es vivir por y desde el amor a Dios y al prójimo.
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