En el relato que hemos escuchado hoy
de los Hechos de los Apóstoles, ante el conflicto que tienen los primeros
cristianos ante las obligaciones y normas judías que deben cumplir los gentiles,
terminan diciendo los Apóstoles: “hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros”.
¡Qué frase tan sencilla y con tanto contenido!
La afirmación que hacen los
responsables de las primeras comunidades encierra una teología fundamental y
básica que no siempre sabemos poner en práctica.
Me explico: cuando tenemos que tomar
decisiones importantes en la vida, solemos reaccionar de dos formas:
Unos piensan en solucionar las cosas
con sus solas fuerzas, se creen todo-poderosos, autosuficientes y se olvidan de
Dios. Luego cuando las cosas no salen como ellos esperaban o querían es cuando
se acuerdan de Dios y le echan las culpas de todo.
Y otros, sin embargo, confían todo en
Dios. Cuando tienen problemas o cuestiones que resolver miran al cielo
esperando que Dios actúe. Por ejemplo cuando uno tiene exámenes o tiene que
realizar un proyecto complicado en su trabajo encendemos una vela o le rezamos
insistentemente a algún santo que nos ayude. Pero nos olvidamos de estudiar o
de realizar bien el proyecto. Evidentemente que Dios no nos resuelve las cosas,
si nosotros no movemos un dedo.
Lo ideal es unir ambas posturas: confiar en que
Dios nos va a ayudar y saber que nosotros debemos esforzarnos para conseguir
los objetivos que se nos plantean en la vida. Así estaremos actuando igual que
lo que decían aquellos primeros discípulos: “hemos decidido el Espíritu Santo y
nosotros” o mejor dicho “hemos trabajado el Espíritu Santo y nosotros”.
Ya lo dice el refrán: "A Dios rogando y con el mazo dando"
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