Hubo en los años 80 una película que se
titulaba “La historia sin fin”. En ella
un joven que sufría acoso por sus compañeros de escuela, paseando por la calle
entra en una tienda de libros, y el dueño le muestra un libro llamado La historia sin fin. Le advierte de que
ese libro es peligroso, pero el muchacho, intrigado y curioso, consigue robar
el libro y llevárselo a casa para leerlo. El libro va narrando una historia en
donde el protagonista tiene que salvar al mundo. Finalmente el protagonista de
la película se da cuenta de que el auténtico salvador es él mismo. Finalmente
el muchacho consigue salvar al mundo y todo florece de nuevo.
¿Por qué les
cuento esto? –porque en algo esta historia sin fin se parece a lo que nos narra
Jesús en este evangelio. Él nos habla de la vida eterna, de la resurrección,
de un nuevo estado de gracia junto a los ángeles. Eso es algo que nos parece
demasiado fantástico, demasiado utópico, demasiado difícil de alcanzar. Pero es
Jesús quien ha venido a nuestro mundo para salvarnos (como el protagonista de
la película que se introduce en el libro para salvar al mundo) y nos ofrece una
“historia sin fin” junto a Dios.
Es difícil
entender el concepto de eternidad, de vida eterna, de resurrección, porque
somos finitos, limitados y caducos. Pero más allá de este mundo pasajero existe
algo que merece mucho la pena, y aunque no podamos llegar a entender del todo,
al menos podemos confiar en la palabra que nos da Jesús, en su testimonio.
Hace unos
años, un amigo mío, que es ateo, me dijo: “¡cuánto te envidio! Tú tienes fe y
tienes una esperanza en Alguien o Algo que te espera más allá de este mundo. Yo
en cambio percibo que todo se acaba acá en la tierra y no veo ningún más allá,
y eso me angustia a veces.”
Los que no tienen fe no pueden ver más allá, no
tienen una perspectiva amplia de la vida. Pero nosotros sí podemos vivir con
esperanza porque Dios nos espera y aguarda más allá de esta vida.
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