Nuestro mundo ensalza la fachada y no el interior, la
apariencia y no el fondo. Y a veces eso se nos cuela en la Iglesia, vivimos de
la apariencia, de las formas exteriores y no del fondo.
Cuando nos ponemos a pensar en la cantidad de personas
que han sido bautizadas, pero no ejercen su compromiso de cristianos, tenemos
que preguntarnos qué es lo que está ocurriendo. Quizá el bautismo se está
convirtiendo en una fiesta social, en una excusa para celebrarle una fiesta al
niño o la niña recién nacida… y lo de menos es el sacramento que estamos
viviendo. Es curioso ver cómo muchos padres y padrinos traen a sus niños a
bautizar, pero a ellos no se les ve por ningún sitio en la parroquia. Es
curioso ver cómo algunos padres tienen mucho interés por que sus hijos reciban
este sacramento y luego ellos no practican ningún sacramento: ni la Eucaristía,
ni el Perdón, ni han recibido la Confirmación, ni están casados por la Iglesia…
La pregunta
que nos hacemos es: ¿para qué bautizan esas personas a sus hijos? ¿por
superstición? ¿por tradición familiar? ¿porque todo el mundo lo hace?... Si éstas
son las razones que nos mueven, estamos demostrando que solo nos importa la
apariencia, la fachada, el exterior.
Quizá sea mejor que haya menos personas bautizadas,
pero las que reciban el Sacramento sean más auténticas y comprometidas con
Dios, con el hermano y con uno mismo.
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