Hace unos días estaba en la Eucaristía y en el momento de la comunión, ya al final de la fila de los que venían a recibir el Cuerpo de Cristo, se acercó un señor en silla de ruedas y al darle la comunión en lugar de decir "amén", respondió "gracias, Señor". Aquella respuesta me sobrecogió sobre todo al observar que quien soltaba aquellas palabras agradecidas no tenía ninguna de las dos piernas.
No sé si es el único que al comulgar dice "gracias, Señor", pero desde luego en los labios de aquel hombre esas palabras resuenan de una manera diferente y especial.
Aquel hombre tenía motivos de sobra para mirar al cielo y quejarse, para reprocharle a Dios por qué él estaba en esa silla de ruedas... y sin embargo le daba gracias.
En aquel momento, cuando di de comulgar a aquel señor, sentí un escalofrío; y ahora al escribir esta pequeña experiencia de nuevo un escalofrío recorre mi cuerpo.
Querido señor, que vino a recibir la comunión aquel día, no conozco su nombre ni sus apellidos, no sé dónde vive ni la edad que tiene, pero una cosa tengo segura: usted está muy lleno de Dios; y si algún día vuelvo a encontrarle sería yo quien le pediría la comunión a usted, porque considero que está más cerca de Dios que yo. ¡Gracias por acercarme a Dios!
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