Estaba yo el otro día en Madrid, en el día de mi cumpleaños, y salí a comprar unos pasteles para invitar a la comunidad de la Casa Provincial, donde me encontraba morando. Me acompañó el P. José Ignacio, y a la vuelta, en la esquina de casa, nos encontramos con una vieja amiga (vieja no por la edad, sino por el tiempo que ya hace que nos conocimos), Fátima y otra amiga de ella que iban de vacaciones. Al verme, ella nos saludó, me felicitó el cumpleaños y estuvimos charlando un rato. De repente José Ignacio les ofreció la bandeja de pasteles para que tomaran alguno. Y, entre risas y algo de vergüenza y sonrojo, nos pusimos a comer pasteles en mitad de la calle. Allí estaba un muchacho africano que diariamente pide en el semáforo de aquella calle. Y también a él le ofrecimos a probar de aquel "dulce encuentro". Nos despedimos y ahí quedó todo.
Después, me acordé que mi amigo Koldo siempre que había pasteles en casa, decía que en el Reino de los cielos habría muchos dulces y que estaríamos todo el día comiendo aquellas cosas que más nos gustan.
Y lo cierto es que aquel momento de encuentro en aquella esquina de madrid en torno a una bandeja de pasteles, quizá sea algo parecido a lo que va a ser el Reino de los cielos.
Me explico: estábamos reunidos, haciendo fiesta, celebrando la alegría de la vida; fue un encuentro inesperado, pero agradable y esperado; estábamos comiendo algo que nos agradaba y que nos andulzaba la vida. Y lo más importante de todo: los pobres, como aquel africano que pedía allí todos los días, tenían un espacio privilegiado allí.
No sé cómo será el Reino de Dios exactamente, pero me gustaría imaginarlo así.
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