No sé si en alguna ocasión les he contado, Mangantes, que aquí se respeta mucho a los padres (no me refiero a los padres de familia, sino a los sacerdotes). "Lo que el padre diga", "eso no le gusta a nuestro sacerdote", "si el padre lo ha dicho hay que hacerlo", "cáyense que está hablando el padre" son expresiones que se escuchan con bastante asiduidad en nuestras comunidades.
Eso no es nada malo, claro que no, y hasta yo diría que para el sacerdote es muy beneficioso y satisfactorio, porque lo que dice casi es palabra de Dios. No tiene que demostrar nada, porque el padre nunca se equivoca. Pero bien es cierto, que esa postura de muchas personas en el fondo crea un servilismo, un infantilismo cómodo, una dependencia, una falta de autoconciencia, de saber lo que está bien y lo que está mal...
En algunas ocasiones algún que otro sacerdote se aprovecha de esa situación para sentirse el rey y señor, el "todopoderoso", el que todo lo sabe, el que nunca se equivoca, y provoca en muchos momentos una autosuficiencia nada favorable para una persona que se ha consagrado para "servir" y no para "ser servido".
Puede llamar la atención que esto lo escriba un sacerdote, pero en los tiempos que corren, creo que a nuestra Iglesia no le favorece nada eso. La Iglesia en la que yo creo es una Iglesia en la que todos pensamos y opinamos, más democrática, más equilibrada. Una Iglesia donde el sacerdote se equivoca y acierta, donde los laicos se equivocan y aciertan.
¿Y cómo ir creando esa conciencia? -Muy sencillo: formando al pueblo de Dios, ayudándoles a pensar y tener criterio de decisión ante su vida de fe.
Se acabaron los tiempos en los que el sacerdote hacía y deshacía en su Parroquia con total impunidad; ya ha comenzado el tiempo en el que los laicos toman las riendas de su fe y deciden por dónde quieren caminar.
Mangante, la Iglesia es cosa de todos, y en la Iglesia todos pensamos, todos hablamos...
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