19 de noviembre de 2012

Quizá se podía haber evitado


     Hace unos días estaba en la Sacristía de la Parroquia y apareció allí un señor que quería apuntar una Misa. Se acercó a una de las personas encargadas de anotarlas y después de hacerlo, se quedó por allí como con ganas de querer decir algo más. De repente, alza su voz y con lágrimas en los ojos, nos dice a los allí presentes: "ayer se me murió mi hijo de 18 años, en un accidente de trabajo". Siguió explicándonos, con un nudo en la garganta, que su hijo trabajaba en la construcción y que cayó desde un 2º piso.
     Hace tiempo que tenía ganas de denunciar las situaciones de inseguridad en las que trabajan muchos obreros de la construcción en este país. Los ves subidos y encaramados en un tejado, en una fachada, en unos andamios de madera, inestables y peligrosos.
     Las autoridades dictan normas de seguridad, pero nadie las cumple, y nadie se preocupa de que se cumplan. Y luego ocurre lo que ocurre.
     La vida de aquel muchacho seguro que se podría haber salvado con una simple cuerdecita amarrada a su cintura, con un casco de seguridad en su cabeza o quizá con un andamio que le protegiera algo más.
     A veces confiamos demasiado en Dios, en la suerte o en el destino y no ponemos los medios para vivir algo más seguros.
     Hay profesiones que son más arriesgadas, y una de ellas es la construcción.
     Políticos, empresarios y obreros de este país guarden las normas de seguridad, cúmplanlas y aseguren la vida de las personas, y así podremos evitar tantas muertes de gente joven o mayor que por querer ganar el pan de cada día, pierden su vida.

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