Los fariseos
en tiempos de Jesús eran aquellos que se encargaban de que todos cumplieran la
Ley de Moisés y nadie se saliera de la norma establecida por Dios para el
pueblo de Israel. Ellos -los fariseos- tenían fama de ser cumplidores, rectos y
serios. Los publicanos eran los recaudadores de impuestos, encargados de
recolectar el dinero y entregárselo a los romanos. Tenían fama de ladrones,
mentirosos y traidores, por ser amigos de los romanos.
¿Existen hoy
fariseos: gente que se cree perfecta y que mira por encima a los demás? –Sí, hay
unos cuantos.
¿Existen hoy
también publicanos: gente a la que se le pone etiquetas negativas, aunque
muchas veces son falsas? –Sí, hay unos cuantos.
Sería bueno
que revisáramos nuestra vida, porque quizá a veces podamos ser como el fariseo,
y nos creemos superiores a los demás. Quizá en algunos momentos nosotros, como
sacerdotes, religiosos o laicos creemos que solo nosotros tenemos la razón, y
que los hermanos evangélicos, ateos, musulmanes o de cualquier otra religión
están en el error o son pecadores…
Quizá también
en nuestro trabajo si tenemos un cargo de responsabilidad tratamos de forma
autoritaria e inhumana a nuestros empleados.
A veces
también en casa podemos mirar por encima del hombro a nuestro esposo o esposa,
a nuestro hermano o hermana, cuando nos creemos superiores en algunas cosas y
consideramos que la otra persona es inútil en tal o tal cosa.
En otras
ocasiones podemos creernos superiores ante algunos hermanos o hermanas de
comunidad que no hacen las cosas como nosotros o que faltan mucho al grupo.
La última frase del evangelio de hoy es clarísima: “El
que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
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