Hay ciegos
físicos y hay ciegos espirituales, personas que no pueden ver con los ojos de
la cara y personas que no pueden (o no quieren) ver con los ojos del corazón.
Y eso es
lo que descubrimos en el Evangelio de hoy, donde Jesús cura a un ciego de su
ceguera física, pero intenta curar a los otros ciegos que tienen ceguera
espiritual y no lo consigue. Están viendo a Jesús hacer milagros, decir
palabras salvadoras, pero no se quieren convencer. Por eso no hay mayor ciego
que el que no quiere ver.
De todos
modos, la ceguera sigue muy presente en nuestra sociedad. No me refiero a la
ceguera física, sino a la ceguera espiritual, a la ceguera social, a la ceguera
de sentimientos…
¿Son
ciegos o no los políticos que se ríen de sus ciudadanos, que cuando suben al
poder solo piensan en sí mismos, que conforman al pueblo con un caramelito
mientras ellos se comen el bizcocho entero?
¿Son
ciegos o no los empresarios que se creen dueños del país, que explotan a sus
empleados, que dan sueldos ridículos, que los ponen a trabajar más días y más
horas de lo que un ser humano puede soportar?
¿Son
ciegos o no los hombres que maltratan a sus esposas, que las humillan y les
cargan toda la responsabilidades de la casa y de la familia?
¿Son
ciegos o no los sacerdotes que no trabajan en comunidad, que no dialogan con
sus feligreses, que se creen dueños y señores de “su Parroquia”?
¿Son
ciegos o no los periodistas que manipulan la información según si interés
político, social o económico?
De verdad, hermanos y hermanas, no
hay mayor ciego que el que no quiere ver.
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