El caso es que inmediatamente me puse a limpiar todos los rincones de la casa, a colocar todos los trastos y ordenar las cosas que andaban por ahí regadas.
Cuando ya pensaba que todo estaba listo, decidí arreglarme yo también: me duché, me afeité, me puse ropa limpia y nueva, me perfumé... y me senté a esperar.
Después de una hora comencé a escuchar un viento en la calle, abrí la puerta de la calle y sentí una bocanada de aire fresco en mi cara. Ese aire me hizo sentir muy bien.
Volví a sentarme y al rato escuché cómo una paloma jugueteaba en mi ventana, eché para un lado las cortinas y contemplé, admirado, a aquella paloma blanca. No soy experto en palomas, pero les aseguro que aquella era la paloma más bonita que había visto en toda mi vida. Seguí contemplándola y, al cabo de un rato, me dio la sensación de que era ella, la paloma, la que me observaba a mí. Asustada, quizá, elevó su vuelo y desapareció de mi vista, escondiéndose entre los tejados, primero, y luego entre las nubes del cielo.
El tiempo pasaba y no venía nadie. Ya me empezaba a impacientar, cuando empecé a oler a quemado. Pensé que era dentro de la casa, pero al ir a la cocina y las demás habitaciones, vi que nada se estaba quemando allí. Me asomé a la calle y vi a un niño que había encendido una pequeña hoguera para calentarse. El niño me invitó a acercarme al fuego y calentarme yo también, pero le dije que estaba esperando una visita y no podía andar en otras cosas.
El tiempo pasó, la tarde se fue... y llegó la noche. Nadie venía. Llegué a pensar que aquella llamada de teléfono había sido una alucinación, un sueño, una ilusión un espejismo...
Estaba terminando casi el día, cuando de nuevo sonó el teléfono, fui corriendo a descolgarlo y otra vez aquella voz desconocida me dijo: "Hoy te visitó el Espíritu Santo".
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