14 de junio de 2014
Uno para todos, y todos para uno
Tenemos un solo Dios manifestado en tres personas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) y entre ellos se establece una relación que nos sirve a nosotros para orientar nuestra vida.
Entre las muchas cosas que podríamos aprender de la Trinidad, hoy quisiera fijarme en la corresponsabilidad: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo saben cuál es la misión de cada uno, y hasta dónde llegan sus competencias. Pero al mismo tiempo saben delegar cuando ven que no pueden llegar a todos los rincones de la Tierra ni asumir toda la Misión. El Padre delega en el Hijo y el Hijo en el Espíritu Santo.
A veces a nosotros nos gusta hacerlo todo, con mucho protagonismo, y pensando que sólo nosotros sabemos hacer bien las cosas. Necesitamos delegar, dejar en otros la responsabilidad, compartir los trabajos y funciones. Todopoderoso sólo es Dios.
Y en la Iglesia necesitamos delegar aún más. Ya no sirve el esquema en el que sacerdote es el "único que sabe hacer las cosas, el único que entiende de las cosas de Dios o el único que puede interpretar la Palabra".
Ese reparto de tareas supone menor protagonismo por parte de nosotros los sacerdotes, ese reparto de tareas supone formar más y mejor a los laicos, capacitarlos y prepararlos. Pero también ese reparto conlleva por parte de los seglares querer comprometerse de verdad, no estar en la sobra y asumir responsabilidades eclesiales. Hemos avanzado mucho, evidentemente, pero aún debemos avanzar más.
Delegar sólo trae ventajas: reduce el estrés, nos ayuda a sentirnos acompañados, llegamos más y mejor, nos amplía los horizontes...
¿Se acuerdan de los tres mosqueteros? ¿Esa novela de Alejandro Dumas en la que los tres "espadachines" junto a D´Artagnan tenían un lema que decía "uno para todos, y todos para uno"? También hoy nosotros, a ejemplo de la Trinidad, queremos ser: "uno para todos, y todos para uno".
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