El Evangelio de este domingo nos
ofrece el relato de las Bodas de Caná donde Jesús convierte el agua en vino.
Ese signo del Maestro significa que Él nos ofrece algo nuevo y mejor que lo que
hasta entonces habían conocido los judíos. El mensaje de Jesús fue una auténtica
novedad en su época, y sigue siendo una verdadera novedad en nuestra época.
En aquella boda les faltó el vino,
pero si analizamos nuestra vida cristiana actual, quizá a nosotros también nos
falta en muchas ocasiones el vino.
Nos falta el vino cuando vivimos
encorsetados, amarrados a las estructuras mentales rígidas y nos dejamos llevar
por frases como “aquí siempre se hizo así” o “eso mejor no tocarlo”.
Nos falta el vino cuando la Iglesia no
denuncia las injusticias que descubre a su alrededor y vive indiferente ante
situaciones de pobreza y marginalidad.
Nos falta el vino cuando no preparamos
las celebraciones sacramentales con ilusión, con alegría y asistimos a la
Eucaristía “por cumplir”. Cuando no nos renovamos en los cantos, cuando los
sacerdotes celebramos sin vida y de forma mecánica, o realizamos la liturgia
siempre igual.
Nos falta el vino cuando se piden
voluntarios para alguna tarea en la comunidad y nadie está disponible, o como
mucho están disponibles los mismos de siempre.
Nos falta el vino cuando en la familia
no compartimos nuestra fe y no dejamos un espacio a la Palabra de Dios.
Hermano, hermana, después de leer todo
esto, ¿crees que a ti te falta el vino?
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