A veces es complicado explicar en qué consiste la resurrección de Jesús y explicar un misterio tan grande.
Por eso, sin entrar en demasiadas profundidades, les quiero decir que Resurrección se escribe con “R”:
- Con “R” de renovación, de cambio interior, de conversión y de deseos profundos de vivir una vida nueva.
- Con “R” de responsabilidad ante lo que vivimos en nuestro mundo, de compromiso con los más pobres y necesitados.
- Con “R” de respeto por la vida, de respeto por las opiniones de los otros, de respeto por la forma de ser de los que nos rodean.
- Con “R” de reunión, de deseos de formar comunidad y vivir unidos, de superar nuestras fronteras y construir puentes en la humanidad que nos ayuden a acercar nuestras posturas y formas de pensar.
- Con “R” de risa, de sonrisa, de alegría porque se abre una nueva esperanza donde desaparece la tristeza y el desánimo, el desconsuelo y la pena.
- Con “R” de riesgo, de aventura, de estar dispuesto a emprender algo nuevo, sin tener miedo ni dudas.
- Con “R” de remo, porque Jesús nos marca la ruta, pero nosotros debemos ser los que rememos mar adentro y nos embarquemos en el viaje que nos lleva a un mundo nuevo, cargado de vida y alegría.
¡Hermanos, hermanas, Cristo ha resucitado, Aleluya!
30 de marzo de 2013
28 de marzo de 2013
Jueves Santo
Algunas pistas para reflexionar en este Jueves Santo:
· La Pascua es “El
Paso del Señor” por las casas de los judíos. Es “El Paso del Señor” por
nuestras vidas. (1ª lectura: Éxodo)
·
La comida en
los evangelios tiene un lugar especial, ya que en muchas de ellas Jesús
aprovecha para lanzar mensajes interesantes a sus seguidores: Multiplicación de los panes y los peces,
“Yo soy el pan de vida”, “Vosotros sois la sal de la tierra”…. Además Jesús
suele hospedarse y comer en algunas casas: con
Lázaro, Marta y María, Zaqueo, con otros pecadores…
·
Y la Última
Cena se enmarca dentro de la importancia que Jesús da a la comida y lo que
en ello se representa: la comida es un espacio
de confraternización, de comunión, de compartir. Es un espacio privilegiado
para acoger a as personas, y compartir la vida. Todavía hoy nosotros
utilizamos la comida como pretexto para confraternizar, para unirnos, para
hacer fiesta. Parece que cuando nos reunimos si al menos no hay una picaderita,
como que no hay fiesta.
·
La Última
Cena: mezcla de alegría y dolor, de fiesta y tristeza. Por un lado
Jesús se reúne con sus discípulos a festejar la Pascua, la fiesta principal de
los judíos. Pero al mismo tiempo Jesús le da un matiz de anticipación de lo que
va a sucederle a Él en los próximos días. No puede entender la Última Cena sin
conocer y saber lo que Jesús va a sufrir y vivir en los siguientes días.
·
En el Evangelio vemos cómo se nos describe uno de los
últimos gestos que Jesús realiza ante sus discípulos y que podría ser el
resumen de lo que Jesús nos quería transmitir a través de su Evangelio. El lavatorio de los pies era un gesto común
en las comidas judías. Normalmente los siervos limpiaban los pies de sus
señores. Pero Jesús cambia totalmente el
significado y a través de este gesto nos recuerda que los últimos serán los
primeros y los que se humillan serán enaltecidos. Para sus discípulos era algo
inconcebible, desorbitante y fuera de lugar. No lo entienden. Lo entenderán
después cuando Jesús resucite.
·
San Pablo a
los Corintios: el recuerdo de la Última Cena. Vemos que ya las primeras
comunidades se reunían para celebrar la Eucaristía, para recordar la Última
Cena de Jesús. Se convierte en una Tradición que pasa de generación en
generación, de padres a hijos.
·
En este Año la Iglesia celebra el Año de la Fe, buen momento para renovar nuestra FE en la Eucaristía, en ese Sacramento
de presencia de Jesús, en ese signo, ese gesto que nos acerca más a Dios y a nuestros hermanos. Celebrar la Eucaristía
supone integrar los dos elementos principales: SERVICIO y FIESTA. Servicio,
ofrenda y generosidad ante el hermano; fiesta y alegría por la presencia de
Dios en nosotros.
·
Alrededor del altar hoy surgen en nosotros algunos interrogantes:
' ¿Estamos
dispuestos a servir a los demás y entregarnos por los más necesitados?
' ¿Somos
humildes y sencillos en nuestra vida o buscamos el honor y el poder?
' ¿Vivimos
nuestra fe con alegría, con espíritu de fiesta?
' ¿Tienen un
espacio en nuestra vida los más pobres?
' ¿Transmitimos
nuestra fe a nuestros hijos y aquellos que se nos acercan?
25 de marzo de 2013
Diálogo de sordos
Queridos Mangantes, quiero contarles lo que me ocurrió hace unas semanas cuando fui a visitar a una persona enferma para confesarla.
Entré en la casa y me presentaron al señor que quería confesarse, y me dijeron que él era sordo. Me senté en una silla y me dirigí a aquel señor, le miré y le dije: "Ave María purísima", a pleno pulmón para que me oyera, y él me miraba fijamente con cara de extrañado. Viendo que el señor no reaccionaba proseguí con la confesión y le dije que de qué quería pedir perdón a Dios. El señor me seguía mirando con estupor y asombro, sus ojos casi se salían de las órbitas. Viendo que no reaccionaba me acerqué un poco más a él y le grité aún más. Me imagino que todos los vecinos me estaban escuchando, pero él nada de nada.
Además mientras estaba en ese "diálogo de sordos", dos perritos pequeñitos que tenían en la casa se estaban enredando entre mis piernas, sin dejarme estar concentrado en el sacramento.
Aquella situación era tan cómica que me entró la risa. El señor reaccionó también riéndose. Y allí estábamos los dos riéndonos. Salí de la habitación y les dije a los familiares que no había podido confesarlo, porque no me escuchaba pero que nos habíamos reído un montón.
Aquel señor no recibió la absolución por sus pecados, pero al menos nos reímos bastante los dos y pasamos un rato agradable, lo cual demuestra que Dios no estaba muy lejos.
23 de marzo de 2013
Un detalle cada día de la semana
Todos sabemos de la importancia que
tiene la semana que comenzamos en este Domingo de Ramos y culmina el próximo
Domingo de Resurrección. Es la semana crucial de cualquier cristiano en donde
celebramos el Misterio de la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesús. Por eso,
quiero ofrecerles un consejo para cada uno de los días de esta semana:
Lunes Santo: busca un
momento para estar contigo mismo, para intimar con Dios y orar en lo secreto de
tu corazón.
Martes Santo:
reconcíliate con alguien que hayas tenido algún conflicto en estos últimos
meses.
Miércoles
Santo:
regala un poco más de tu tiempo a tu familia, siéntete cercano a tus hijos, a
tus padres, hermanos…
Jueves Santo: comparte con
alguna persona que esté necesitada, que esté pasando hambre, frío o alguna
enfermedad. Recuerda que es el Día del Amor Fraterno.
Viernes Santo: reza por
todos los olvidados, despreciados y humillados de nuestro mundo. Por aquellos
que cada día mueren crucificados y sufren la injusticia de un mundo que los
condena.
Sábado Santo: Haz al
menos media hora de silencio, prívate de hablar durante ese tiempo y piensa en
aquellos que viven sin esperanza, desilusionados, dormidos o desalentados en
este mundo.
Domingo de
Resurrección:
Sonríe todo lo que puedas, expresa tu alegría porque Jesús ha vencido a la
muerte y nos ofrece una nueva vida. Alegra con tu sonrisa la vida de los demás.
20 de marzo de 2013
Mango y Manguillo: Invitemos al Papa a venir a RD
Manguillo: Hola, Mango, ¿ya supiste que la Iglesia ha elegido un nuevo Papa y que se llama Francisco?
Mango: Oh, claro, Manguillo, ¿y quién no conoce esa noticia?
Manguillo: Yo andaba pensando que deberíamos invitarlo a venir a nuestro país, pero no sé cómo organizar el viaje, dónde llevarle, por ejemplo.
Mango: Eso es fácil. Según dicen es un persona sencilla y humilde, así que lo mejor sería llevarle a ver los barrios más pobres de este país y que dialogue con las personas más humildes, que comparta sus vidas y problemas. Y le invitaría a comer moro con guandules, cocinado con cariño por una de las doñas de esos barrios.
Manguillo: ¿y qué podríamos ofrecerle?
Mango: Lo mejor sería darle un abrazo grande, de esos que sabemos dar los dominicanos, que expresan nuestro cariño y afecto.
Manguillo: ¿Y qué podríamos pedirle a él?
Mango: Simplemente que nos quiera y nos ame como Dios ama a los más pobres y humildes.
15 de marzo de 2013
¿Qué tú le pides al nuevo Papa?
Hace unos días, justo el mismo día que
eligieron a el Papa Francisco, tuve la oportunidad de celebrar la Eucaristía en
una de las comunidades de nuestra parroquia. Como no podía ser de otra manera,
la mayoría del tiempo de la Homilía me centré en conversar y dialogar con los
allí presentes y les pregunté qué es lo que ellos le dirían al nuevo papa.
Allí hubo diferentes opiniones.
Algunas decían que debía dar libertad a los sacerdotes para que se casaran,
otros opinaban que debía tener mano dura con los sacerdotes pederastas, algunos
también apuntaban que debía ser una persona humilde y sencilla, porque muchos
obispos cuando recibían el cargo se ponían demasiado altaneros y orgullosos.
Incluso alguien se atrevió a decir que visitara nuestra comunidad.
Pero lo más bonito fue cuando dos
niñas dijeron lo que le pedían al nuevo Papa. La primera dijo que “el Papa
ayudara a los niños más pobres”, y la segunda dijo que “el Papa ayudara a los
ancianos”. Al decir estas dos cosas las niñas la comunidad quedó admirada ante
la sabiduría e inocencia de aquellas dos niñas.
Todos nos dimos cuenta que a veces
pedimos cosas complicadas y extrañas al Papa, queremos que haga esto y lo otro,
que cambie esto y lo otro… pero realmente lo único que podemos pedirle es que
ayude a los más desamparados, a los más pobres e indefensos. Aquellas niñas
acertaron de pleno y nos dieron una gran enseñanza a los adultos.
Por eso, ahora yo me atrevo a
preguntarte a ti, hermano o hermana: ¿Qué tú le pides al nuevo Papa?
8 de marzo de 2013
Padre, Hijo mayor, Hijo menor o Criados...
Cuando uno lee la Parábola del Hijo
Pródigo se puede sentir identificado con todos los personajes: con el Padre,
con el hijo menor, con el hijo mayor, con los criados… porque dependiendo del
momento en que nos encontremos tenemos unos sentimientos u otros, tenemos un
comportamiento u otro.
Somos Padre cada vez que alguien nos pide o exige algo a nosotros, cada
vez que sentimos que alguien querido se aleja, se aparta de nosotros y se
distancia. Pero también somos Padre cada vez que alguien nos busca para
pedirnos perdón, para reconciliarnos. Somos Padre cada vez que salimos al
encuentro de algún hermano o amigo que andaba perdido. ¡Qué bueno es ser Padre!
Somos Hijo Menor cada vez que nos alejamos de los otros, cada vez que
ofendemos a los hermanos, cada vez que nos apartamos de Dios y nos volvemos
rebeldes y egoístas. Pero somos Hijo Menor cada vez que descubrimos nuestros
errores y buscamos enmendarlos, cada vez que nos guardamos nuestro orgullo y
pedimos perdón. ¡Qué bueno es ser Hijo Menor!
Somos Hijo Mayor cada vez que reaccionamos con envidia, con rencor, con
ira, con celos. Pero también somos Hijo Mayor cuando somos fieles al Padre,
cuando estamos cerca de Dios y no nos apartamos de su presencia. ¡Qué bueno es
ser Hijo Mayor!
Somos Criados cuando nuestra vida está al servicio de los más
necesitados, cuando nos alegramos de las alegrías de otros, cuando preparamos todo
para que la gente se sienta más cómoda y más feliz. ¡Qué bueno es ser Criados!
Ser Padre, Hijo Mayor, Hijo Menor o
Criado, en el fondo es lo mismo: es vivir por y desde el amor a Dios y al prójimo.
6 de marzo de 2013
Meto en cuarentena a algunos seguidores de Hugo Chavez
Meto en cuarentena, por tanto, a aquellos seguidores de Chavez que, para seguir amarrados al poder, ensalzan la figura de su predecesor y lo elevan a los altares.
3 de marzo de 2013
Ante la elección del nuevo Papa
Hoy me ha llegado esta carta que alguien envía a los responsables de elegir al nuevo Papa. Me parece que no tiene desperdicio, y firmo todo lo que ahí se afirma:
Queremos hacer llegar algunas preocupaciones que muchos cristianos compartimos. Somos muchos los que soñamos con una Iglesia renovada, más fiel a Jesucristo y más actualizada al tiempo presente.
Firma esta carta dirigida a los cardenales del cónclave y al nuevo obispo de Roma
“Hermanos que tenéis la seria responsabilidad de elegir al obispo de Roma, oramos por vosotros y pedimos para vosotros y para toda la comunidad eclesial el Espíritu.La sorpresiva renuncia de Benedicto XVI nos ofrece un momento privilegiado, una oportunidad de ser valientes y atrevidos. Él mismo, en sus últimas alocuciones, nos ha invitado a todos los miembros de la iglesia a “renovarse y a renegar del orgullo y del egoísmo y a vivir en el amor”.
En este momento en el que vais a elegir al Sucesor de Pedro, consideramos de capital importancia escuchar la voz del Espíritu que habla a través de las comunidades cristianas del mundo entero. Por eso os queremos hacer llegar con humildad y preocupación algunas consideraciones que muchos cristianos compartimos. Somos muchos los que soñamos con una Iglesia renovada, más fiel a Jesucristo y más actualizada al tiempo presente -“aggiornata”, como pedía el Concilio Vaticano II-.
Somos conscientes de que la institución eclesial está atravesando una profunda crisis de credibilidad. Crisis que está debilitando muy seriamente la misma credibilidad de la fe cristiana. Sabemos que esta crisis intraeclesial se da en el contexto de la crisis socio-cultural actual, y que nos afecta al conjunto del pueblo de Dios, pero frente a esta situación hacemos una llamada a la esperanza. Necesitamos volver a las fuentes del Evangelio y a la buena tradición para recuperar aquella imagen de comunión en la diversidad que disfrutó durante siglos y que se propuso recuperar el Vaticano II.
Hay valores y derechos, muchos de ellos subrayados en su origen por el cristianismo, como la dignidad absoluta de la persona, la igualdad de todo ser humano o la libertad, que han alcanzado en nuestra altura histórica una relevancia consensuada a nivel mundial y un alto grado de concreción legal, política, social y ética: la libertad de expresión, la democracia, el sufragio universal, la igualdad de género, la aceptación de la pluralidad, el diálogo, la búsqueda de consensos,… Con sus luces y sus sombras, son verdaderos logros que han supuesto un salto histórico hacia una humanidad mejor. La Iglesia debe reconocerlos como signos de los tiempos a través de los cuales el Espíritu nos está pidiendo una urgente actualización; y aplicarlos y vivirlos, haciéndolos efectivos, dentro de la misma iglesia como una llamada del Espíritu, como decía el Beato Juan Pablo II.
Nos preocupa la progresiva desaparición de la expresión “Iglesia, pueblo de Dios”. Consideramos urgente recuperar ese concepto de igualdad básica esencial de los miembros que formamos la iglesia, el reconocimiento de la riqueza existente en diversidad de carismas, servicios y ministerios repartidos entre tantos y tantos creyentes, la gran riqueza de esa iglesia popular y cercana.
Más que nunca es necesario el compromiso de los laicos en la construcción de una Iglesia, la de Jesús de Nazaret, cercana a la realidad de la gente, especialmente de los últimos, y donde se tiene que hacer oír la voz de los seglares frente a los intentos de monopolización del ministerio ordenado y de los sectores más conservadores; que tratan de acomodar el espíritu del Vaticano II a lo que los poderes económicos, sociales y culturales de este mundo le piden a la Iglesia para que se acomode y acomode el Evangelio a esos intereses. Reconocemos inaplazable la tarea de proporcionar a la mujer el protagonismo que le corresponde en la Iglesia y en sus estructuras.
Es necesario un mayor compromiso, serio y radical, con la mayoría de la humanidad, especialmente con los más empobrecidos, porque “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez, [¡deben ser!] gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1)
Nos preocupa profundamente, más allá de los tratamientos más o menos sensacionalistas o acertados que los medios de comunicación hacen de ello, el ambiente enrarecido en algunos sectores de la curia romana; necesitamos, es urgente, terminar con la “cultura carrerista” que impera, con las luchas de poder, el excesivo dirigismo y afán de controlarlo todo, con unas estructuras de gobierno anquilosadas, poco participadas, con excesivos privilegios. ¿Dónde está la ternura, la compasión y la cordialidad? ¿Dónde la acción samaritana antes que la condena? Con más frecuencia de la deseada, en algunas actitudes de bastantes “episcopós” se reflejan las palabras de Jesús al hablar de los poderes de “este” mundo: “Sabéis que los jefes de los pueblos… no sea así entre vosotros” (Mt 20,25-28)
Tal y como se refleja en las encuestas y estados de opinión, para un gran número de ciudadanos, al menos en el Occidente de “vieja cristiandad”, uno de los mayores obstáculos actuales para creer en Jesús y recibir el Evangelio como Buena Noticia lo constituye las misma iglesia “institucional” por su lejanía de los verdaderos problemas de la gente, por su ostentación de un poder social que se percibe insensible a los dramas reales de la gente, de los jóvenes y las familias, así como su dogmatismo moral y de disciplina intraeclesial, más cercano al voluntarismo que a la iluminación del Espíritu y el “sensus fidelium”.Necesitamos una iglesia abierta al ecumenismo, al diálogo con otras religiones y con el mundo. Pero difícilmente podemos entablar diálogo con otros si suprimimos el diálogo en el seno de la misma Iglesia, si no se abren puentes con aquellos que tienen diversas sensibilidades, si no potenciamos el respeto y la escucha con ciertos teólogos ante los que ha imperado más la sospecha y la condena, o la imposición del silencio, que el diálogo propio de quien busca la Verdad. Recuperemos el espíritu de la Ecclesiam suam de Pablo VI.
Necesitamos reconocernos pecadores ante Dios y ante los demás, pero es necesario igualmente expresar nuestro “propósito de la enmienda” y la “satisfacción de obra”: nuestras comunidades y la sociedad lo esperan, lo necesitamos.
También sabemos y reconocemos que el cambio verdadero de la Iglesia no está en los demás, está en cada uno de nosotros y en cada una de nuestras pequeñas comunidades. Por eso pedimos volver al Espíritu Santo, a este viento que sopla en cada una/o de nosotros, este aliento que es más grande que nosotros, que nos aproxima y nos hace interdependientes con todos los vivientes. Un soplo de muchas formas, colores, sabores e intensidades. Soplo de compasión y de ternura, soplo de igualdad y de diferencia. Este aliento o soplo que no puede ser utilizado para justificar y mantener estructuras y actitudes antievangélicas, sino que nos ayude en este proceso de acercamiento al Dios de Jesucristo y a nuestros hermanos, la humanidad.
Finalizamos esta carta fraterna sugiriéndoos un “retrato robot” del papa que consideramos necesita la Iglesia en estos momentos:
1. Un hombre que haya despertado. Es decir un hombre de Dios, de oración y a ser posible de experiencia mística que le permita, por encima de la norma y el encorsetamiento canónico, mirar más allá de la curia, los dogmas, el Derecho y las convenciones para hacer caso al Espíritu, que “sopla donde quiere”.
2. Un hombre que sepa “estar” en el mundo sin “ser” del mundo: estar en el mundo con conocimiento del mismo. No un papa de gabinete, encerrado en su santuario y aislado de la vida. Tampoco un papa de viajes preparados en los que no acaba de salir de la burbuja y hablar con la gente real. Un papa que no sólo hable, sino que sepa escuchar y, sobre todo, que dialogue con la cultura actual.
3. Un hombre que sepa sonreír. El mundo necesita optimismo y esperanza frente a tantos catastrofismos.
4. Un hombre valiente, que no tenga miedo a las reformas. Se ha dicho que Benedicto XVI no ha podido hacer los cambios que pretendía en la curia y según expresión del director de L’Osservatore Romano que estaba “rodeado de lobos”. Hace faltar vigor espiritual y físico para emprender las reformas que necesita la Iglesia.
5. Un hombre del Vaticano II. A los cincuenta años del Concilio todos los especialistas serios afirman que hay asignaturas pendientes en su realización. La iglesia ha de volver a la plaza pública y recobrar los conceptos de Pueblo de Dios, de Ecumenismo, de Libertad, de independencia de los poderes públicos, de ofrecer el mensaje de Jesús sin imponerlo. Que no tenga miedo, si es necesario, de convocar un nuevo concilio. Y sobre todo que de importancia a la Colegialidad.
6. Un hombre con buena salud. Ni muy viejo ni muy joven. Psicológica y físicamente maduro con capacidad física y espiritual para afrontar los desafíos de un tiempo difícil.
7. Un hombre universal. Evitar que pertenezca a familia o movimiento religioso alguno, para que sea de todos. En todo caso, que perteneciera al Tercer Mundo, particularmente a América Latina donde vive casi la mitad de la catolicidad.
8. Un hombre humilde, porque cargo tan importante puede provocar orgullo, seguridad y prepotencia y sólo la humildad, la desaparición del yo, permitirá que Dios actué a través de él.
9. Un hombre amigo de los más pobres. Todas las bienaventuranzas se pueden resumir en “los pobres son evangelizados”. El nuevo papa debe tener en el corazón sobre todo el lado oscuro del planeta, el que no cuenta, el del hambre y la injusticia. Capaz tal vez de vivir en una casa más sencilla, de dejar de viajar como jefe de Estado y de tener embajadas en todo el mundo.
10. Un profeta que, a través de la lectura creyente de la realidad y con la fuerza del Espíritu, sea capaz de denunciar la injusticia y la vulneración -desgraciadamente tan frecuente hoy- de los derechos humanos por los poderes económicos y políticos de nuestro mundo, y proponer caminos de paz y de Vida para una ciudadanía global, para el Reino de Dios.”
Firma esta carta dirigida a los cardenales del cónclave y al nuevo obispo de Roma
“Hermanos que tenéis la seria responsabilidad de elegir al obispo de Roma, oramos por vosotros y pedimos para vosotros y para toda la comunidad eclesial el Espíritu.La sorpresiva renuncia de Benedicto XVI nos ofrece un momento privilegiado, una oportunidad de ser valientes y atrevidos. Él mismo, en sus últimas alocuciones, nos ha invitado a todos los miembros de la iglesia a “renovarse y a renegar del orgullo y del egoísmo y a vivir en el amor”.
En este momento en el que vais a elegir al Sucesor de Pedro, consideramos de capital importancia escuchar la voz del Espíritu que habla a través de las comunidades cristianas del mundo entero. Por eso os queremos hacer llegar con humildad y preocupación algunas consideraciones que muchos cristianos compartimos. Somos muchos los que soñamos con una Iglesia renovada, más fiel a Jesucristo y más actualizada al tiempo presente -“aggiornata”, como pedía el Concilio Vaticano II-.
Somos conscientes de que la institución eclesial está atravesando una profunda crisis de credibilidad. Crisis que está debilitando muy seriamente la misma credibilidad de la fe cristiana. Sabemos que esta crisis intraeclesial se da en el contexto de la crisis socio-cultural actual, y que nos afecta al conjunto del pueblo de Dios, pero frente a esta situación hacemos una llamada a la esperanza. Necesitamos volver a las fuentes del Evangelio y a la buena tradición para recuperar aquella imagen de comunión en la diversidad que disfrutó durante siglos y que se propuso recuperar el Vaticano II.
Hay valores y derechos, muchos de ellos subrayados en su origen por el cristianismo, como la dignidad absoluta de la persona, la igualdad de todo ser humano o la libertad, que han alcanzado en nuestra altura histórica una relevancia consensuada a nivel mundial y un alto grado de concreción legal, política, social y ética: la libertad de expresión, la democracia, el sufragio universal, la igualdad de género, la aceptación de la pluralidad, el diálogo, la búsqueda de consensos,… Con sus luces y sus sombras, son verdaderos logros que han supuesto un salto histórico hacia una humanidad mejor. La Iglesia debe reconocerlos como signos de los tiempos a través de los cuales el Espíritu nos está pidiendo una urgente actualización; y aplicarlos y vivirlos, haciéndolos efectivos, dentro de la misma iglesia como una llamada del Espíritu, como decía el Beato Juan Pablo II.
Nos preocupa la progresiva desaparición de la expresión “Iglesia, pueblo de Dios”. Consideramos urgente recuperar ese concepto de igualdad básica esencial de los miembros que formamos la iglesia, el reconocimiento de la riqueza existente en diversidad de carismas, servicios y ministerios repartidos entre tantos y tantos creyentes, la gran riqueza de esa iglesia popular y cercana.
Más que nunca es necesario el compromiso de los laicos en la construcción de una Iglesia, la de Jesús de Nazaret, cercana a la realidad de la gente, especialmente de los últimos, y donde se tiene que hacer oír la voz de los seglares frente a los intentos de monopolización del ministerio ordenado y de los sectores más conservadores; que tratan de acomodar el espíritu del Vaticano II a lo que los poderes económicos, sociales y culturales de este mundo le piden a la Iglesia para que se acomode y acomode el Evangelio a esos intereses. Reconocemos inaplazable la tarea de proporcionar a la mujer el protagonismo que le corresponde en la Iglesia y en sus estructuras.
Es necesario un mayor compromiso, serio y radical, con la mayoría de la humanidad, especialmente con los más empobrecidos, porque “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez, [¡deben ser!] gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1)
Nos preocupa profundamente, más allá de los tratamientos más o menos sensacionalistas o acertados que los medios de comunicación hacen de ello, el ambiente enrarecido en algunos sectores de la curia romana; necesitamos, es urgente, terminar con la “cultura carrerista” que impera, con las luchas de poder, el excesivo dirigismo y afán de controlarlo todo, con unas estructuras de gobierno anquilosadas, poco participadas, con excesivos privilegios. ¿Dónde está la ternura, la compasión y la cordialidad? ¿Dónde la acción samaritana antes que la condena? Con más frecuencia de la deseada, en algunas actitudes de bastantes “episcopós” se reflejan las palabras de Jesús al hablar de los poderes de “este” mundo: “Sabéis que los jefes de los pueblos… no sea así entre vosotros” (Mt 20,25-28)
Tal y como se refleja en las encuestas y estados de opinión, para un gran número de ciudadanos, al menos en el Occidente de “vieja cristiandad”, uno de los mayores obstáculos actuales para creer en Jesús y recibir el Evangelio como Buena Noticia lo constituye las misma iglesia “institucional” por su lejanía de los verdaderos problemas de la gente, por su ostentación de un poder social que se percibe insensible a los dramas reales de la gente, de los jóvenes y las familias, así como su dogmatismo moral y de disciplina intraeclesial, más cercano al voluntarismo que a la iluminación del Espíritu y el “sensus fidelium”.Necesitamos una iglesia abierta al ecumenismo, al diálogo con otras religiones y con el mundo. Pero difícilmente podemos entablar diálogo con otros si suprimimos el diálogo en el seno de la misma Iglesia, si no se abren puentes con aquellos que tienen diversas sensibilidades, si no potenciamos el respeto y la escucha con ciertos teólogos ante los que ha imperado más la sospecha y la condena, o la imposición del silencio, que el diálogo propio de quien busca la Verdad. Recuperemos el espíritu de la Ecclesiam suam de Pablo VI.
Necesitamos reconocernos pecadores ante Dios y ante los demás, pero es necesario igualmente expresar nuestro “propósito de la enmienda” y la “satisfacción de obra”: nuestras comunidades y la sociedad lo esperan, lo necesitamos.
También sabemos y reconocemos que el cambio verdadero de la Iglesia no está en los demás, está en cada uno de nosotros y en cada una de nuestras pequeñas comunidades. Por eso pedimos volver al Espíritu Santo, a este viento que sopla en cada una/o de nosotros, este aliento que es más grande que nosotros, que nos aproxima y nos hace interdependientes con todos los vivientes. Un soplo de muchas formas, colores, sabores e intensidades. Soplo de compasión y de ternura, soplo de igualdad y de diferencia. Este aliento o soplo que no puede ser utilizado para justificar y mantener estructuras y actitudes antievangélicas, sino que nos ayude en este proceso de acercamiento al Dios de Jesucristo y a nuestros hermanos, la humanidad.
Finalizamos esta carta fraterna sugiriéndoos un “retrato robot” del papa que consideramos necesita la Iglesia en estos momentos:
1. Un hombre que haya despertado. Es decir un hombre de Dios, de oración y a ser posible de experiencia mística que le permita, por encima de la norma y el encorsetamiento canónico, mirar más allá de la curia, los dogmas, el Derecho y las convenciones para hacer caso al Espíritu, que “sopla donde quiere”.
2. Un hombre que sepa “estar” en el mundo sin “ser” del mundo: estar en el mundo con conocimiento del mismo. No un papa de gabinete, encerrado en su santuario y aislado de la vida. Tampoco un papa de viajes preparados en los que no acaba de salir de la burbuja y hablar con la gente real. Un papa que no sólo hable, sino que sepa escuchar y, sobre todo, que dialogue con la cultura actual.
3. Un hombre que sepa sonreír. El mundo necesita optimismo y esperanza frente a tantos catastrofismos.
4. Un hombre valiente, que no tenga miedo a las reformas. Se ha dicho que Benedicto XVI no ha podido hacer los cambios que pretendía en la curia y según expresión del director de L’Osservatore Romano que estaba “rodeado de lobos”. Hace faltar vigor espiritual y físico para emprender las reformas que necesita la Iglesia.
5. Un hombre del Vaticano II. A los cincuenta años del Concilio todos los especialistas serios afirman que hay asignaturas pendientes en su realización. La iglesia ha de volver a la plaza pública y recobrar los conceptos de Pueblo de Dios, de Ecumenismo, de Libertad, de independencia de los poderes públicos, de ofrecer el mensaje de Jesús sin imponerlo. Que no tenga miedo, si es necesario, de convocar un nuevo concilio. Y sobre todo que de importancia a la Colegialidad.
6. Un hombre con buena salud. Ni muy viejo ni muy joven. Psicológica y físicamente maduro con capacidad física y espiritual para afrontar los desafíos de un tiempo difícil.
7. Un hombre universal. Evitar que pertenezca a familia o movimiento religioso alguno, para que sea de todos. En todo caso, que perteneciera al Tercer Mundo, particularmente a América Latina donde vive casi la mitad de la catolicidad.
8. Un hombre humilde, porque cargo tan importante puede provocar orgullo, seguridad y prepotencia y sólo la humildad, la desaparición del yo, permitirá que Dios actué a través de él.
9. Un hombre amigo de los más pobres. Todas las bienaventuranzas se pueden resumir en “los pobres son evangelizados”. El nuevo papa debe tener en el corazón sobre todo el lado oscuro del planeta, el que no cuenta, el del hambre y la injusticia. Capaz tal vez de vivir en una casa más sencilla, de dejar de viajar como jefe de Estado y de tener embajadas en todo el mundo.
10. Un profeta que, a través de la lectura creyente de la realidad y con la fuerza del Espíritu, sea capaz de denunciar la injusticia y la vulneración -desgraciadamente tan frecuente hoy- de los derechos humanos por los poderes económicos y políticos de nuestro mundo, y proponer caminos de paz y de Vida para una ciudadanía global, para el Reino de Dios.”
1 de marzo de 2013
Benedicto XVI subió al cielo
En esta semana, hermanos y hermanas,
hemos visto cómo se despedía de su Pontificado el Papa (emérito) Benedicto XVI.
Personalmente el momento en el que Benedicto
se subió al helicóptero me pareció muy representativo de lo que significa la
renuncia que él ha presentado ante toda la Iglesia.
En varios momentos él ha afirmado que
no se marcha de la Iglesia, que no renuncia a su fe ni huye de nada,
simplemente que ahora seguirá sirviendo a la Iglesia pero de otro modo. Y es
que el gesto de Benedicto de marcharse en helicóptero y subir a las nubes para
luego bajar de nuevo y posarse en la tierra, me recuerda a algo que ya dijo
Jesús en el momento de la Ascensión: “Yo estaré siempre entre ustedes”.
En el fondo así tiene que ser la vida
de cualquier cristiano: hoy estamos sirviendo en un lugar y mañana en otro; hoy
colaboramos en la Parroquia realizando una misión y mañana seguimos colaborando
realizando otra misión distinta; hoy somos responsables de un grupo y mañana le
toca tomar esa responsabilidad a otro. ¿Y qué pasa? –No pasa nada. Es más bien
una alegría, una satisfacción, saber que no somos imprescindibles, que hay
otros que hacen las cosas tan bien como nosotros o mejor.
El Papa (perdón: Papa emérito) nos ha
dado una lección. Que todos aprendamos.
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