Mangantes, ¿se han fijado cuántas ovejas perdidas hay en su familia? ¿y cuántas
ovejas perdidas hay en su vecindario o en su barrio? ¿y cuántas ovejas perdidas
hay en la ciudad o incluso en el país? Cantidad, verdad. Pero vamos a ir más
allá. ¿Se han fijado cuántas ovejas perdidas hay en nuestra comunidad
parroquial? ¿y en nuestra Iglesia dominicana? ¿y en la Iglesia universal?
Cantidad, verdad.
Y
es que en ningún lugar nos libramos. En la condición humana está la posibilidad
de hacer las cosas bien o hacerlas mal, de seguir el buen camino o
descarriarse. Eso ocurre porque Dios nos ha hecho libres y nos ha dado la
posibilidad de elegir entre el bien y el mal.
A
veces nos puede parecer que en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en nuestro
país o en nuestra Iglesia hay demasiadas ovejas perdidas, y no es así. Hay más
ovejas “encaminadas” que “descarriadas”. Hay más personas buenas que malas.
¿Les
doy ejemplos? –Allá van: los jóvenes y no tan jóvenes de nuestra comunidad que
cada sábado están al lado de los limpiabotas de la Fundación La Merced; los
padres de familia que se sacrifican por sus hijos todos los días; los abuelos
que resignadamente acogen a sus nietos ante la ausencia de sus padres, y los
educan; los sacerdotes, religiosas y religiosos o laicos y laicas que ponen en
marcha obras sociales en favor de los más desfavorecidos de nuestra sociedad;
los políticos (alguno hay) que realmente se sacrifican por su pueblo y no
piensan sólo en sacar beneficio para ellos; las personas que ayudan
económicamente a sus vecinos y les dan aunque sea una libra de arroz para
comer.
¿Hay
o no hay buenas ovejas? –Claro que las hay, y muchas… pero esas ovejas no son
noticia ni ocupan los titulares de los periódicos.
Amigos
y amigas, vamos a intentar ser buenas ovejas, para que Dios no tenga que andar
por ahí buscándonos continuamente.
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