2 de junio de 2012

Todo caduca, menos Dios

     Si vamos al Supermercado o a un Colmado y queremos comprar Mahonesa o Leche o un Bizcocho, lo primero que hacemos es ver la fecha de caducidad, para que cuando queramos consumirlo no esté pasado el alimento y nos haga daño al estómago. Los alimentos caducan…
     Cuando un político lleva demasiado tiempo en el poder, ya los votantes o las propias leyes del Gobierno se encargan de que deje el puesto (gracias a Dios). Y si el pueblo o las leyes no son capaces de echarlo, es cuestión de esperar, porque más tarde o más temprano fallecerá. No estará ahí eternamente. Los políticos caducan… o los caducamos.
     Nos compramos el mejor carro del mundo y nos pensamos que va a durar siempre, que nunca se va a dañar, que va a llevarnos a todos los sitios cuando queramos y como queramos. Pero la mayoría de los autos, al cabo de 8, 10 o 12 años empiezan a dar problemas, y las averías hacen que lo tengamos más tiempo en el Mecánico que con nosotros. Los carros caducan…
     Cuando un sacerdote lleva ya algún tiempo en una parroquia, el Obispo se encarga de buscarle otra parroquia y hacer cambios para que se renueve la vida parroquial y diocesana y ningún sacerdote se piense que tal o cual parroquia es de “su propiedad”. Los sacerdotes en las parroquias también caducan…
     Cuando el Obispo llega a los 75 años debe pedir al Vaticano la renuncia como obispo. El único Obispo que no renuncia es el de Roma (el Papa), pero querámoslo o no, su misión acaba el día que fallece y va a la Casa del Padre. Los Obispos y el Papa caducan…
     Todo tiene caducidad, todo se acaba, todo tiene su momento, excepto Dios.
     Eso es lo que nos dice precisamente hoy Jesús en el Evangelio: “Estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Jesús es el único que nunca falla, que siempre está ahí, que no caduca, que no se acaba.
     Hermanos, hermanas, si Él es fiel, seámoslo también nosotros.

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