25 de octubre de 2014

Amar al prójimo... ¿y eso cómo es?



¡Madre mía, cuántas veces hemos escuchado ya el Mandamiento del amor! Lo decimos de carrerilla: "Amarás a Dios por encima de todas las cosas... y a tu prójimo como a ti mismo", pero, por desgracia, no lo aplicamos de carrerilla. Y una vez más nos preguntamos quién es nuestro prójimo, a quién tenemos que amar realmente. Les invito a que encuentren a su prójimo. Si lo encuentras ya has dado el primer paso. A continuación lo que te toca es amarlo:
- Para el enfermero: Amarás al que está postrado en una silla de ruedas y tienes que darle de comer, llevarlo al baño, vestirlo o asearlo...
- Para el profesor: Amarás al niño o el joven que, aún yendo a la escuela y sabiendo mucho de Matemáticas, de Lengua o Física, no es educado, y nunca te da las gracias por el tiempo que le dedicas...
- Para el que está en una oficina: Amarás a aquella persona que viene de malas maneras, con exigencia, con prepotencia... ya sea un cliente o tu propio jefe.
- Para los que vivimos en nuestro país: Amarás a todos los extranjeros e inmigrantes que vienen a "nuestro territorio" a ganarse la vida.
- Para los familiares que no se hablan: Amarás a todas las personas de tu familia, aunque te hayan hecho cosas muy graves, te hayan ofendido o te hayan faltado el respeto.
- Para los que están separados o divorciados: Amarás a la persona con la que un día te casaste, sabiendo que aunque no puede haber un amor matrimonial, sí al menos puede existir un amor cristiano.
- Para el sacerdote: Amarás a las personas que vienen a cualquier hora buscando consuelo, que necesitan hablar... Amarás a las personas que opinan de forma distinta en tu comunidad parroquial... Amarás a los pecadores y a los que se salen del redil, a los que no "cumplen" las normas de la Iglesia o la critican.
- Para todos: Amarás al que es diferente a ti, piensa de manera distinta, procede de otra cultura, practica otra religión, vive de otra manera, siente de forma distinta.

18 de octubre de 2014

Renace la alegría


En este fin de semana estamos celebrando el DOMUND (Domingo Mundial de las Misiones). Hay años en los que esta fecha nos trae lemas extraños, rebuscados y demasiado filosóficos. Pero en esta ocasión no es así, al decirnos: "Renace la alegría".
Cuando vi por primera vez el cartel, con esos rostros sonrientes y esa frase tan clara y sugerente, dije: "es verdad, la presencia de un misionero suele ser causa de alegría". Y así lo he vivido yo durante los años que he estado en Santo Domingo. He sentido cómo a través de la Fundación Niños Limpiabotas La Merced, las Misas, el Sacramento de la Reconciliación, la visita a los enfermos, la catequesis de niños, la pastoral Familiar o el Corito Chichigua he conseguido despertar la alegría en muchos rostros. Y lo más interesante de todo es que no soy yo quien brilla, no soy yo quien despierta esa alegría, sino el Evangelio de Jesús que sana a los enfermos, da alegría a los tristes, consuelo a los afligidos y libertad a los cautivos.
Al leer este lema muchos se pensarán que la alegría sólo renace de un lado, que sólo los que entran en contacto con nosotros los misioneros sienten alegría, y no es así. Esa felicidad es recíproca, sí. Soy yo quien he visto renacer en mí la alegría, al compartir la vida con tanta gente buena, que cree en Dios y te contagia esa fe. Soy yo quien siente esa felicidad de estar al lado de los más necesitados.
Hace poco un amigo de mi pueblo me decía: "Santi, no te canses de sonreír y compartir esa alegría que llevas dentro y que siempre compartes con nosotros, porque realmente es contagiosa".
Hoy, Día del DOMUND, quiero dar gracias a Dios porque "me utiliza" para ser fuente de alegría, porque se ha fijado en mí para ser misionero. Pero sobre todo quiero darle gracias porque, cuando llegué a Santo Domingo pensaba que iba a salvar y ayudar a mucha gente, y sin embargo soy yo quien ha encontrado la salvación y la ayuda al lado de estas personas.
Querido mangante, te invito a sonreír y compartir también con los demás la alegría que llevas dentro.

11 de octubre de 2014

El traje de fiesta



Este Domingo el Evangelio nos ofrece de nuevo otra parábola para entender el Reino de Dios.
El final de esta parábola se fija en alguien que, estando ya dentro del banquete, no estaba con el traje apropiado para dicha fiesta.
El Reino es como una fiesta al que todos estamos invitados, pero no todos llevamos el traje de fiesta. Cuando Jesús dice traje no se refiere a la chaqueta y la corbata, al vestido elegante, a las joyas preciosas... No, no. No habla de esos trajes y adornos.
He aquí algunas cosas que quizá puedas ponerte para estar "apropiado" para el banquete del Reino:
- Un pantalón de generosidad
- Una camisa de amor
- Unos calcetines de humildad
- Una chaqueta de acogida
- Una corbata de misericordia
- Un reloj de paciencia
Y si eres mujer, también puedes llevar puesto al Banquete del Reino todo esto:
- Unos zapatos de cercanía
- Un vestido de coherencia
- Un collar de justicia
- Una pulsera de libertad
- Unos pendientes de paz
- Un maquillaje de sinceridad
Si abres tu armario y ves que no tienes nada de esto, es porque no tienes "traje de fiesta". Pero aún estás a tiempo de conseguirlo. Sal a la calle y comparte con la gente, llora con el que llora, ríe con el ríe, camina con el que camina, siéntate con el que está sentado... y poco a poco, casi sin darte cuenta tendrás el "traje de fiesta".


4 de octubre de 2014

Cuidado, no matemos al Hijo


Escuchar el Evangelio de este domingo puede provocar en nosotros un cierto recelo y desconfianza hacia nuestros hermanos judíos que no escucharon a muchos de sus profetas y mucho menos a Jesús, el Hijo de Dios. No lo reconocieron y terminaron crucificándolo. ¡Qué malos fueron aquellos judíos! -diríamos, ¿verdad?
Pero también podemos mirarnos en el espejo y analizar nuestra Iglesia no sea que estemos matando de nuevo al Hijo que viene a pedirnos cuentas.
Jesús sigue visitándonos. Podemos acogerlo y recibirlo, o, por el contrario, matarlo y aniquilarlo para que no moleste.
Creo que en nuestra Iglesia matamos al Hijo cuando:
- Algunas autoridades eclesiásticas se meten en política, y mezclan el Evangelio con otros asuntos. Confunden al pueblo y manipulan la voluntad de la gente.
- Anulamos y olvidamos las buenas reflexiones y propuestas del Concilio Vaticano II, que trajo a la Iglesia un aire fresco.
- No damos participación a los laicos en las decisiones de la Iglesia.
- No dejamos que las mujeres puedan ordenarse sacerdotes y servir a Dios de la misma forma que sirven los hombres.
- Nos predicamos a nosotros mismos y no predicamos el Evangelio.
También acogemos al Hijo que nos visita cuando:
- La Iglesia se hace presente en tantos rincones pobres y olvidados, a través de iniciativas personales (sacerdotes, religiosos, laicos, misioneros...) o Fundaciones y Organizaciones como Caritas, Manos Unidas...
- Habla y actúa el Papa Francisco. ¡Qué mensajes y gestos tan valiosos está aportando a la humanidad!
- Se lucha y se condena la pederastia dentro y fuera de la Iglesia.
- Cuando defendemos la vida de las personas y denunciamos la práctica del aborto, la violencia intrafamiliar, la eutanasia...
- Hablamos de Jesús con un lenguaje fresco y actual, entendible por las personas más secillas.
Hermano, hermana, y tú, ¿estás acogiendo al Hijo o lo estás matando?