12 de abril de 2010

Una pera caída del cielo

El día que volvimos de la Pascua, nos detuvimos a comer en la Playa de los Patos. Se trata de un lugar paradisíaco, donde desemboca un río y tienes la posibilidad de bañarte en el río o en el mar, aunque lo de bañarse en el mar no es muy recomendable, ya que las olas vienen muy fuertes y son muy altas. El caso es que mientras que los jóvenes con los que estaba allí se estaban bañando, yo estaba tranquilo reposando la comida que había tomado. En ese momento apareció una niña de unos 7 años que me quería vender dulce de naranja. Yo le dije, casi sin mirarle a la cara, que no quería. Pero ella siguió la conversación, me miró muy seria y me dijo que si podía darle la pera que teníamos allí; le pregunté que a cuál pera se refería, ya que yo no veía ninguna pera. Ella insistió y me señaló una pera mordisqueada en el suelo. Yo le respondí que se nos había caído y que no podía dársela, ya que estaba sucia y un poco comida por las hormigas. Ella quedó triste y con pena. Pero rápidamente me di cuenta que aún nos quedaba otra pera que no nos habíamos comido y se la di. Entonces fue cuando vi la sonrisa más grande del mundo dibujada en un rostro.
Me puse a pensar en lo que había ocurrido y cómo algo a lo que nosotros no dábamos ninguna importancia, sin embargo para aquella niña era prioritario en ese momento. Yo no había visto la pera, pero ella, que miraba con otros ojos, sí que la vio. Yo no era consciente de lo que se nos había caído, y ella fue lo único que percibió. Creo que aquella pera había caído del cielo y aquella niña había sido la única en ese momento en descubrir ese regalo de Dios.
Seguí pensando y reflexionando la poca importancia que a veces damos a la comida, la suerte que tenemos de tener un plato de comida en la mesa o la cantidad de alimentos que dirariamente tiramos.
Sé que lo que digo no es ninguna novedad, sé que todos hemos escuchado este sermón mil veces, pero después de lo que me ocurrió soy más consciente de todo eso, y quería compartirlo con vosotros.
Estad muy atentos porque en más de una ocasión caen peras (o mangos) del cielo, y nos pillan despistados. Son peras mordisqueadas por Dios para que reaccionemos.

1 comentario:

  1. Que historia tan emotiva... son esas cosas que todos sabemos, que todos decimos... que están ahí desde siempre... pero que nunca se le ve la cara... hasta que pasa algo así y entonces tú te cruzas con la mirada directa de esa niña que te pide la pera... ¡Qué experiencia!
    Tomo nota para aprender de ello... Un abrazo

    ResponderEliminar