En este domingo celebramos la Ascensión del Señor. Ese Jesús que
predicó la Palabra de Dios, que anunció la Buena Noticia para la humanidad,
después de aparecerse resucitado a los discípulos, se marcha al cielo para
estar junto a Dios.
Ascensión significa subir, elevarse. Y a raíz de eso, quiero contarles una pequeña anécdota que me ocurrió en esta semana: estando tomando un helado con algunas jóvenes del Grupo 5,13, una de las muchachas se acercó a mí con curiosidad y me dijo: “Padre, ¿qué es lo que tiene que hace un sacerdote para ser obispo? ¿y usted no quiere ser obispo?”. La miré, le sonreí y pasé a responderle directamente la segunda pregunta (que si yo quería ser obispo), porque la primera aunque sé qué es lo que hay que hacer para ser obispo prefería no decírselo a aquella joven para no inquietarla demasiado. Le dije que no, que yo no quería ser obispo, porque cuando uno se hace obispo pierde el anonimato, allá donde va se le conoce y no puede estar tan fácilmente entre el pueblo, por la calle, paseando, o disfrutando de un momento agradable con sus amigos sin que nadie le pare o le señale reconociéndolo como obispo. Cuando uno se hace obispo debe asistir a demasiados actos oficiales con gente muy importante, pero muy alejada del evangelio. A mí –seguí diciéndole a la joven- me gusta más la vida anónima que llevo, donde puedo salir tranquilo y estar a gusto compartiendo con la gente llana, humilde y sencilla del pueblo de Dios.
Vivimos en un mundo donde se valora mucho a los que ascienden en su puesto de trabajo, en su oficina, en su empresa, en la Iglesia. Parece que cuanto más arriba está uno, más importante es. Pero también hay que saber que cuanto más arriba está uno, mayor es el trompazo que se da contra el suelo cuando se cae.
Jesús asciende al cielo, pero no para estar por encima de nadie, sino a nuestro lado. Jesús se va, pero no nos deja. Sube al Padre, pero está junto a nosotros. Esa es la contradicción de Él: sube para bajar, asciende para descender, se va al cielo para estar en la tierra, se aleja para estar a nuestro lado.
Ojalá y todos aprendiéramos esa lección de Jesús y aspiráramos a tener puestos elevados en la sociedad, pero para servir más al pueblo. Y eso va dirigido especialmente a los candidatos que hoy aspiran subir a “lo más alto” de este país. El que salga Presidente, ¿buscará su propio ascenso o la promoción y ayuda al pueblo? –Lo iremos viendo.
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