11 de mayo de 2012

Sin amor no hay justicia

 
     ¡Dios mío, cuántas injusticias! Si observamos detenidamente nuestro mundo, descubrimos, por desgracia, multitud de injusticias a nuestro alrededor.
     Es injusto que algunas personas mueran de hambre cuando otros están tirando comida a los basureros; es injusto que algunos sean encarcelados sin haber cometido ningún delito, y los que están cometiendo delitos continuamente siguen en la calle; es injusto que mueran mujeres por violencia doméstica; es injusto que por hacer el mismo trabajo en unos países se pague un sueldo y en otros otro; es injusto que algunos niños no puedan tener acceso a una mínima educación; es injusto que solo unos pocos países controlen el futuro económico y social del resto; es injusto que por nacer en un país, en un barrio o en una familia determinada estés condenado a ser eternamente pobre…
     Nuestro mundo está lleno de injusticias, de situaciones que favorecen a unos y perjudican a otros. Podríamos decir que contra eso no podemos luchar, podríamos decir que eso forma parte de la humanidad, que las personas somos así y actuamos así. Pero todo eso no son más que justificaciones, que camuflan nuestro egoísmo.
     Pero… ¿y qué es la justicia? –La respuesta está en la Palabra de Dios que escuchamos en este domingo donde se nos habla de dos términos que van siempre unidos: amor y justicia. La justicia te lleva al amor, y el amor te lleva a la justicia. Si realmente amamos a los otros no puede reinar la injusticia.
     Puede ser que seamos injustos y provoquemos situaciones injustas, pero eso no es lo que Dios quiere de nosotros.
     Estamos a tiempo, hermanos y hermanas, de cambiar lo que vemos y construir un mundo más justo, más humano, más “como Dios quiere”.

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