13 de enero de 2014

Bautizarse, ¿para qué?


Vivimos en un mundo donde se premia la cantidad y no la calidad, donde se valora más el tener que el ser, donde el valor de las personas se contabiliza por la cantidad de dinero que tienen en el bolsillo y no por los gestos que salen de su corazón.
Nuestro mundo ensalza la fachada y no el interior, la apariencia y no el fondo. Y a veces eso se nos cuela en la Iglesia, vivimos de la apariencia, de las formas exteriores y no del fondo.
Cuando nos ponemos a pensar en la cantidad de personas que han sido bautizadas, pero no ejercen su compromiso de cristianos, tenemos que preguntarnos qué es lo que está ocurriendo. Quizá el bautismo se está convirtiendo en una fiesta social, en una excusa para celebrarle una fiesta al niño o la niña recién nacida… y lo de menos es el sacramento que estamos viviendo. Es curioso ver cómo muchos padres y padrinos traen a sus niños a bautizar, pero a ellos no se les ve por ningún sitio en la parroquia. Es curioso ver cómo algunos padres tienen mucho interés por que sus hijos reciban este sacramento y luego ellos no practican ningún sacramento: ni la Eucaristía, ni el Perdón, ni han recibido la Confirmación, ni están casados por la Iglesia…
La pregunta que nos hacemos es: ¿para qué bautizan esas personas a sus hijos? ¿por superstición? ¿por tradición familiar? ¿porque todo el mundo lo hace?... Si éstas son las razones que nos mueven, estamos demostrando que solo nos importa la apariencia, la fachada, el exterior.
Quizá sea mejor que haya menos personas bautizadas, pero las que reciban el Sacramento sean más auténticas y comprometidas con Dios, con el hermano y con uno mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario